Mientras espero que el café logre reducir la cantidad de adenosina que ha invadido mi sistema nervioso, contemplo por la ventana el bochorno de la calle. Al principio todo me parece distante, lejano, como una fotografía mal encuadrada. Todo es culpa de las malas noches y de este trabajo que decepcionaría las expectativas de mis padres. Ellos celebraron mi ingreso a la universidad y ya soñaban con verme despachando, con gesto adusto, desde una amplia e impecable oficina. Lo cierto es que entre la herencia de la pandemia y la mala costumbre de la gente de dejar todo para el último momento, he terminado oficiando de bombero en degradantes pijamas.
Mientras la ola de calor me acaricia como adolescente en su primer beso a oscuras, pienso en todos los mensajes pendientes
en el celular. Los remitentes -no tengo pruebas, tampoco dudas- escriben
desesperados desde los espacios que les roban a sus otras actividades (al trabajo,
las clases o la paz del inodoro), esperando que yo les conteste con la misma
premura. Supongo que es normal que sientan que lo propio siempre es más importante.
Créanme, lo entiendo. Pero, amigo, tú urgencia por contestar la
demanda de alimentos que tu tercera mujer te ha plantado, no es mi culpa. Y, verás, hay unas
veinte almas que esperan lo mismo de mí, y lo vienen esperando hace como doce
horas (lo que es más o menos la eternidad desde que existe el celular). Te ganaron por puesta de
mano, sorry. Encima, cuando te diga cuánto te voy a cobrar vas a reaccionar
como si te estuviese acariciando la glándula pituitaria, intentarás regatear,
me dirás que hay otro que cobra menos, yo te diré, cansando, que vayas con esa
persona y, al final de toda esa farsa, me terminarás pagando tan poco que no me
alcanzará para pagar a un asistente. Entenderlo debería ser tan sencillo como usar el shampoo.
Si me pongo escatológico, es que me siento
como la mierda. Además del cansancio, el mal sabor que me dejó el exceso de azúcar
en el café (al parecer no activa más rápido el reseteo mental) y el calor, que
ahora sí se ha metido a mi habitación como un traficante de tierras, además de
todo eso, el maldito teléfono ha vuelto a sonar. Si yo tuviese el talento (el
tiempo no lo tendré nunca, ya estoy resignado) y escribiese una versión siglo veintiuno
de la Divina Comedia, pondría en el hocico del diablo al que se le ocurrió la
telefonía inalámbrica, al creador de la cerveza Corona y al que le puso la melodía
de Llorando se fue a los autos en retroceso. Y no me jodan, que ya sé todos la
conocen como la Lambada, pero esta es un plagio y Kaoma perdió el juicio
contra los Kjarkas. Y si he puesto el nombre de la canción original y luego he
hecho la aclaración es sólo para sentirme snob y conocedor por dos. O, si
prefieren, para que sepan lo engañados que viven, malditos. También espero que entiendan
esto, lo hago sólo para sentirme bien mientras descubro que mi hábito de tomar
el café cargado me ha curtido los conectores neuronales y tendré que seguir
trabajando mientras tres cuartas partes de mi cerebro está generando escenarios
inconexos en los que termino mi trabajo tumbado en una perezosa que está en mi
habitación, que tiene metida una playa privada en la que, además, está Henry Cavill
preparándome un chilcano.
PD: de todos los casos de polisemia en el castellano, el de "escatológico" debe ser el más pendejo.